Conspiración divina
La reacción radical y controversia levantadas por El Código Da Vinci era de esperarse desde que el director Ron Howard decidió llevar la novela a la gran pantalla, porque en los últimos años jamás se había generado semejante polémica ante una novela.
Mi reseña se limitará a comentar la película porque no es mi intención inicar un debate religioso sobre las teorías de la novela. Para mí, es una película de ficción.
El Código Da Vinci es una de esas películas que combina acción, misterio y aventuras. La trama revolotea alrededor de las andanzas del profesor de simbología Robert Langdon y la criptóloga francesa Sophie Neveau en su búsqueda de pistas dejadas por el recién asesinado curador del Museo Louvre, Jaqcues Sauniere. Estas pistas son parte de un secreto que si es revelado, supuestamente cambiará el curso de la humanidad: la verdad sobre la leyenda del Santo Grial. Aliados y detractores de Langdon se unirán a esta aventura para descrubrir la verdad.
Este es un paseo por la historia, la religión, llena de acertijos y rompecabezas. El guionista Akiva Goldsman hace un trabajo titánico comprimiendo la narrativa detallada de la novela de Brown, tomándose ciertas licencias con la trama que resultan bienvenidas.
Los personajes son tan planos como en el libro pero cada quien hace lo que puede con su rol, con las notables excepciones de Ian McKellen y Paul Bettany que destacan sobre todo el grupo.
El Código Da Vinci es una buena opción en el género de aventuras/thriller. Costosa, filmada en escenarios privilegiados y realzada con una partitura musical cortesía de Hans Zimmer, cuya contribución es particularmente acertada en los últimos minutos, cuando Howard ofrece un respetuoso final al viaje de Langdon y con ello, un final redondito para una película entretenida. Sí, una película, nada más.
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Ta-ta!