Una de las quejas más comunes que solemos emitir los cinéfilos es que "ya no hacen las películas como antes". Y en efecto, desde hace más de una década, con la incursión -o mejor dicho avalancha- de la tecnología en el cine, la moda cada vez más cansina de las secuelas, precuelas y cualquier otra "ela" que algún ejecutivo mediocre y ávido de ganar dinero fácil decida poner en producción, poco espacio queda para las películas donde predominaban los personajes, no los efectos, donde existía esa cualidad de sorpresa, misterio y maravilla. En mi caso, estoy hablando del cine de los 80, del cine de Spielberg, de Lucas y otros. Estoy hablando de nostalgia.
Y fue precisamente nostalgia lo que sentí cuando vi Super 8, el más reciente filme del director J.J. Abrams (Lost, Star Trek). Lo primero que quiero decir es que si ustedes no son el tipo de personas que disfrutaron películas como Encuentros Cercanos del Tercer Tipo, Los Goonies, E.T., Cazadores del Arca Perdida, La Noche de los Muertos Vivientes, Stand By Me, etc., no tienen nada que buscar en Super 8. Esta es una historia que se ha contado cientos -no- miles de veces. Y sin embargo, creo que es muchísimo mejor que cualquiera de las demás películas que he visto esta temporada vacacional. Así de buena es.
La cinta está desarrollada en 1979, antes que existiera Internet, los teléfonos celulares, las computadoras y toda esa parafernalia tecnológica que abunda en las historias contemporáneas. Cuando los juguetes eran cubos de Rubik, un modelo del X-Wing, un Atari o unos walkie-talkies. Cuando hacías una película de zombies en una vieja Super 8 para participar en el festival local y revelar tu película se tardaba 3 días, si el tonto que te atendía en el estudio te hacía un favor.
Ese es el escenario en el que nos encontramos. En un pueblito de Ohio llamado Lillian, durante la filmación de su película, unos niños son testigos de un accidente de tren inusual y catastrófico. El incidente desencadena una serie de eventos misteriosos, incluyendo desapariciones, descubrimientos y revelaciones más que extrañas. Para Joey, Alice, Charles, Cary, Preston y Martin, será un verano inolvidable.
Ya contar más no es necesario. Tanto si ya conocen el desenlace o de qué estamos hablando, es completamente irrelevante. La magia de Super 8 reside en su planteamiento. En la presentación de sus personajes y cómo poco a poco vamos construyendo junto a ellos sus relaciones, sus afinidades, descubrir a su lado por primera vez el amor, el miedo, el dolor, el valor. En la manera como durante más de una hora Abrams extiende el misterio y la intriga del "monstruo", jugueteando con nosotros como más de una vez lo hizo Spielberg, generando esa especie de furor y terror que solo lo desconocido puede causarnos.
Con su película, Abrams rinde un homenaje innegable a esa primera etapa del director que encantó a millones, un homenaje que se respira en cada rasgo de Súper 8: el amor por el cine; el encuentro con una aventura inigualable; las horas ociosas en compañía de amigos, las familias rotas, con adultos siniestros, casi desdibujados y figuras paternas ausentes, inconexas; la amenaza latente de algo peligroso que nos acecha, el acopio del valor y de superar obstáculos en grupo. Abrams lo usa todo y usa mucho más, una veces con mayor éxito que otras, con un ojo atinado sobre todo a la hora de dirigir a sus jóvenes talentos.
Para el tercer acto, Super 8 se desinfla un poco al caer en la rutinaria secuencia de acción acostumbrada en los blockbusters veraniegos. No sé si sea la opción más inspirada pero tampoco creo que arruine la fantástica experiencia que vivimos con estos chicos. Regresar, aunque sea por un rato, a esa esencia romántica del cine fantástico atrapada en una época donde los efectos no importaban más que los personajes, donde conectarnos con la historia no dependía de ver en pantalla a una creación extravagante que necesita de una pantalla azul. Regresar a esa juventud inocente, cursi, graciosa y sentimental donde todo es posible, todo nos maravilla y todo nos une. Para cada quien, significará algo diferente, y eso es razón más que suficiente para darle una oportunidad.
Y quedarse hasta el final de los créditos.
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