Publicada en el 2002.
Camino a la redención
De acuerdo con el diccionario, perdición es el infierno, la pérdida del alma, la condena eterna. Pero esta película trata más sobre la lucha para no perderse en ese camino.
Michael Sullivan Jr., de 12 años y su hermano Peter poco conocen a su padre Michael (Tom Hanks) y de su trabajo como asesino a sueldo del jefe de la mafia local, John Rooney (Paul Newman). Este hombre, cuyo poder es comparado con el de Dios, ha servido como figura paternal para la familia Sullivan. Su hijo Connor (Daniel Craig) siempre ha sentido envidia de la relación entre su padre y Michael; y estos sentimientos se convierten en violencia después que Michael Jr. es testigo de un crimen perpetrado por su padre y Connor, y éste último decide asesinar a la esposa de Michael y su hijo menor.
Temiendo por su vida y sediento de venganza, Michael huye con su hijo. Su odisea de 6 semanas les permite a ambos desarrollar la relación íntima y estrecha nunca tuvieron antes.
Desde el inicio, sabemos que esta será una historia trágica. Camino a la Perdición construye minuto a minuto los cimientos de su desenlace, uno atípico pero correcto. Todos sus elementos reflejan una atención meticulosa en los detalles, desde su vestuario, armas, hasta su soberbia cinematografía y dirección artística, que tratan de revivir la era de la Depresion en Estados Unidos.
Como Sullivan, Tom Hanks interpreta su versión más cercana a un villano. Su humanidad, evidenciada en la relación con su hijo, suaviza el personaje a tal punto que por momentos olvidamos que es un asesino despiadado. Paul Newman es más que magnífico como Rooney, un hombre capaz de sentir un amor inmenso por Sullivan, pero no lo suficientemente fuerte como los lazos familiares. Jude Law le da un toque macabro a Maguire, el asesino contratado para matar a Sullivan, cuyo hobbie es tomar fotos de sus víctimas y luego venderlas.
Eta es una historia de padres e hijos, crímenes y castigos, errores y enmiendas. Sin embargo, Camino a la Perdición es fría y distante. Todas las piezas encajan con demasiada perfección. Cada escena está fríamente calculada, cada frase, cada silencio. Es una película que pudo involucrarnos más en el plano emocional, pero sus creadores parecen haber renunciado cuando llegaron a la mitad del camino.
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