Publicada en el 2002.
Los de arriba y los de abajo
Un fin de semana en una fabulosa mansión de la campiña inglesa entre aristócratas de sangre azul y un asesinato es la excusa perfecta para reunir a uno de los grupos más talentosos de actores británicos en la nueva película de Robert Altman, Crimen de Medianoche.
En esta sátira social el veterano director presenta el esnobismo exacerbado de la clase alta inglesa y las relaciones entre amos y servidumbre, delineando los valores y actitudes opuestas de cada casta.
Es 1932. Gosford Park es la magnífica casa de Sir William McCordle (Michael Gambon) y su esposa, la glamorosa Lady Sylvia (Kristin Scott Thomas). A la fiesta de fin de semana que incluye una cacería y banquetes abundantes asisten una condesa malcriada (Maggie Smith), un productor de cine (Bob Balaban), un ídolo de películas de matinée (Jeremy Northam) y las hermanas y esposos de Lady Sylvia.
Bajo las habitaciones suntuosas de los ricos, los pisos de la servidumbre contienen a un grupo tan impresionante como el de arriba, que incluye a Jennings, el mayordomo principal (Alan Bates), el valet de Sir William (Sir Derek Jacobi) y los sirvientes que vienen con sus patronos de visita, desde el sospechoso Harry Denton (Ryan Phillipe) hasta la ingenua Mary (Kelly MacDonald). Todo el personal es supervisado por la Sra. Wilson (Helen Mirren), la cocinera (Eileen Atkins) y la confidente Elsie (Emily Watson).
La historia se pasea entre las idas y venidas financieras y sexuales de los amos y sus sirvientes. Tramas y subtramas son meros instrumentos para que estos personajes reciban su dosis de escándalo, chismes, rumores, traición, tensión sexual y asesinato.
Altman, especialista en filmes que reunen largos repartos, demuestra que no ha perdido su chispa. Por cada risa y momento juguetón, existe un giro oscuro y sorpresivo. Crimen de Medianoche está tan abarrotado de invitados y sirvientes que la desaparición de un cuchillo pasa desapercibida, hasta que termina en el pecho de uno de los personajes principales.
Pero explotar el género criminal no es claramente la intención de Altman; más bien lo es burlarse del mismo. Las pistas y descubrimientos son tan obvios y el detective (Stephen Fry) es tan obtuso que destruye a su paso más evidencia que la que recolecta. Como es de esperarse, hay más de un sospechoso, y ningún personaje es 100% inocente. Ni los de abajo, y mucho menos los de arriba.
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