Sangre, violencia, traición. El gran director Martin Scorsese despierta de su letargo con una ópera gángster llamada Los Infiltrados.
La historia se centra alrededor del jefe de la mafia irlandesa Frank Costello (Jack Nicholson) y su relación con dos policías que llevan una doble vida, tratando de protegerlo y atraparlo. Colin Sullivan (Matt Damon) es protegido por Costello desde su niñez y ha desarrollado una carrera exitosa dentro del departamento estadal de la Policía de Massachusetts. Por su parte, Billy Costigan (Leonardo DiCaprio) es un novato en la academia de policía a quien su jefe Queenan (Martin Sheen), le da la misión encubierta de infiltrarse en la mafia de Costello para tratar de atraparlo en sus actividades criminales.
El guión de la cinta rezuma diálogos ácidos, muchos de estos reservados para la lengua abusiva de Dignam (Mark Wahlberg en otra grandiosa actuación), pero los mejores van para el propio Nicholson.
Damon y DiCaprio son contrastados admirablemente: ambos entregan caracterizaciones complejas y agudas. Si de Nicholson se trata, su villano es una mezcla de sentido del humor negro y puro satanismo, un personaje que sólo él podría interpretar.
Y para Scorsese es un retorno triunfal al tipo de cine impactante característico de su estilo crudo. Esta una historia que ya se ha contado antes, pero con el sello único y la visión de un maestro de la narrativa.
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