Después de darle muchas vueltas al asunto, decidí escribir sobre Inception. Esta vez se me hizo más complicada la cosa, porque no es tan fácil hablar de un largometraje que ha sido analizado y revisado por millones de personas. Así que ahí voy…
Empezaré por algo sencillo. Una persona: Christopher Nolan. El director que no se parece a ningún otro. El que reinventó Batman. En menos de una década y sólo con 6 películas en su haber, Nolan se ha convertido en uno de mis cineastas favoritos; es un hombre que cuenta historias interesantes, que te hacen ir un poco más allá de lo obvio y lo complaciente. Es también alguien con un gusto y estilo visual muy singular, muy “cool” como decimos a veces y esa combinación lo convierte en un artista muy atractivo.
En los trabajos pasados de Nolan, he visto una cierta fascinación por las historias complejas y enrevesadas, por las obsesiones humanas y el engaño. No es fanático de la narración lineal, si acaso lo contrario, y creo que parte de ese encanto proviene del hecho que le gusta jugar con nuestras mentes, ponernos a prueba, confundirnos, deslumbrarnos.
Con esta película estamos en presencia del máximo juego de confusión que Nolan pudo haber concebido: la realidad versus los sueños, lo que es verdadero y lo que no es.
El mundo de Inception existe bajo la premisa de que una persona puede invadir o manipular los sueños de otras para tratar de sacarle información. Algo así como un espionaje industrial surrealista. Es una práctica tan común que existen profesionales que se encargan de entrenarte sobre cómo no permitir que te extraigan información cuando estás dormido. Dom Cobb (DiCaprio) es el ladrón de secretos más experto de la liga, y cuando Saito (Ken Watanabe) le ofrece un trabajo que va más allá de la extracción de ideas estándar, el resto de su equipo duda si será posible ejectutarlo: no se trata de robar una idea sino de implantar otra en el subconsciente de un poderoso heredero llamado Robert Fischer (Cillian Murphy) para que destruya el imperio de su padre sin que se dé cuenta que la idea no fue suya.
A partir de aquí comienza la diversión para Nolan, quien se encarga de introducirnos a los personajes en medio de elaboradas secuencias de acción y diálogos sofisticados, mientras Ariadne (Ellen Page), la diseñadora de los sueños y sus diferentes niveles, recibe su entrenamiento. Con ella aprendemos que mientras más nos adentremos al subconsciente, más difícil es regresar a la realidad, que los sueños pueden cambiar, ser controlados y transitados sin que la víctima se percate, pero también pueden ser frágiles, y el más mínimo error o detalle pueden definir la continuidad del sueño o su colapso total.
En total, son cuatro niveles de sueños que visitamos una vez que se inicia la implantación de Fischer. Es un poco complicado y difícil de seguir, porque los detalles se pueden escapar con facilidad mientras observamos los intrincados escenarios que Nolan ha diseñado para distraernos.
Decir que Inception es una película ambiciosa es quedarme corta al tratar de describirla. A ratos pareciera que Nolan quiere hacernos caer en una trampa más con su elocuencia psicológica, otras nos quiere maravillar con sus extenuantes y calculadas escenas de acción y efectos especiales. Es frustrante, es emocionante, es elegante y tiene escenas que ya son icónicas. La fotografía de Wallly Pfister es nuevamente magnífica. Si bien el final es ambiguo y eso puede desagradar o desconcertar a muchos, creo que la clave está en asimilar que no se trata de definir qué es realidad o fantasía. Siempre será una realidad lo que consideres más importante. Y al aceptar esta idea, caemos todos dentro del juego que el mismísimo Nolan diseñó para nosotros.
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